Invierte en los más pequeños

La sociedad no está realmente comprometida con el bienestar integral de los niños; y la iglesia muy poco. La desintegración familiar por un lado y el deterioro de los valores morales y espirituales por
el otro han producido una generación de niños frecuentemente abandonados. Basta con recorrer las iglesias para darse cuenta que los ministerios dedicados a la niñez son simples guarderías, diseñadas
para entretener a los niños mientras los adultos disfrutan del culto. No existe un compromiso para
transformar la vida de los más pequeños y tampoco un presupuesto.

Cuando las iglesias establecen sus prioridades, los niños, por lo general, son lo último de la lista. Claro que nos rasgamos las vestiduras hablando desde el púlpito contra una sociedad resquebrajada alejándose cada vez más de los principios bíblicos, pero al decir de Esteban Strang: “¿Cuántos están
tomando la iniciativa de ofrecer soluciones? No muchos. Más importante aún: ¿quiénes están dispuestos a pagar el precio de salvar a una generación en peligro? Muy pocos”.

Unicef ha dicho que uno de cada tres niños será abusado sexualmente antes de completar su desarrollo puberal. ¿Qué familia extendida no tiene más de tres niños? La cuestión ya no es si
sucederá sino a quién le tocará. El mito más grande relacionado con este flagelo es creer que nuestra familia está exenta de padecerlo. A menos que exista un fuerte compromiso de invertir en los más
pequeños, el abuso no se detendrá. Debemos comenzar ya. Tenemos que ser agresivos si queremos ver resultados. Lo mismo sucede con la evangelización.

Si queremos ver transformadas las próximas generaciones comencemos hoy inculcando valores y principios en los más pequeños. Cuando llega la adolescencia es demasiado tarde, porque en distintos aspectos ya está moldeada su vida. Creemos en la prevención. “Es más fácil moldear a los niños que reparar la vida de los adultos. Construir prisiones y centros de rehabilitación no es la respuesta; es como tratar de curar el cáncer con una venda. Necesitamos ganarlos para el Señor mientras son
jóvenes. Se trata de la continua controversia cristiana entre la prevención y la intervención. Normalmente esperamos hasta que ya es demasiado tarde para hacer algo al respecto. El asunto es
el siguiente: ¿ponemos una cerca en la cima de la montaña o una ambulancia al fondo del
barranco?”.

Invertir en un niño es invertir en generaciones. Conocimos la historia de un niño cuyos padres se divorciaron cuando era muy pequeño. Su papá murió de un infarto y su mamá se refugió en la
bebida, convirtiéndose en alcohólica. Cada noche, después de pasar por el bar, llegaba a casa con un compañero diferente. Un día salieron a caminar juntos, su mamá lo sentó sobre una alcantarilla y le
dijo: “Espérame aquí”. Fue el último día que la vio. Ella nunca regresó. En su lugar, Dios envió un “ángel” llamado David Rudenis, un mecánico de profesión y diácono de una iglesia evangélica. Le
ofreció comida y le pagó 17 dólares, el costo por la inscripción a un campamento de niños que su iglesia había organizado.

Él no recuerda quién predicó ni cuál era el título del mensaje, sin embargo esa noche caminó al frente del auditorio, se arrodilló frente al altar y dijo: “Jesucristo, quiero que perdones mis pecados.
Quiero darte mi vida”. Se integró a la iglesia de su amigo Rudenis y pronto estaba en las calles no mendigando sino predicando. El pastor de la iglesia y su esposa lo hicieron parte de su propia
familia; vivió como un hijo más. Al poco tiempo lo inscribieron en el seminario de la denominación y mientras cursaba su segundo año, un profesor invitado dijo: “Dios no está buscando personas con
capacidad, sino con disponibilidad”. Sabía que le estaban hablando a él. Era la segunda ocasión que pasaba al altar y esta vez para dedicar su vida al servicio a Dios. Esa noche tomó un compromiso que siempre ha honrado.

Cuando terminó el seminario le ofrecieron formar parte del staff pastoral y comenzó coordinando la escuela bíblica de verano. Una hermana había ofrendado dinero para la compra de un pequeño
autobús con el cual buscaba a los niños del barrio para la escuela bíblica. Cuando terminó la temporada no sabía qué hacer. Estaba muy apenado porque la inmensa mayoría de los niños que
habían venido para la escuela bíblica de verano ya no asistían a la escuela dominical. Recorrió los pasillos del templo y se percató de la razón: se estaba presentando la lección de una manera aburrida.
Nadie quería pasar una hora sentado, escuchando. Pidió permiso al pastor e hizo cambios radicales. Fue por los barrios ofreciendo en su viejo autobús un programa de títeres y juegos diseñados para
los niños. El primer día tuvo 100 niños a quienes ofreció llevarlos al templo todos los domingos. Así comenzó el ministerio de autobuses de la iglesia. Los fines de semana se subía a su vieja ‘máquina’ y
recogía a los niños para llevarlos al templo y ofrecerles una clase didáctica, atractiva e inspiradora. En su libro, ¿De quién es este niño?, dice: “Me dediqué a trabajar como si no hubiera otra
oportunidad. De sol a sol, siete días a la semana, trabajaba a todo vapor con un solo objetivo en mente: llevarle el Evangelio a cuanto niño pudiera”.

El programa en su iglesia había sido todo un éxito y, en ese tiempo, Dios lo llamó a iniciar un nuevo ministerio en las zonas marginadas de la ciudad de Nueva York. Corría el año 1979. El día que
comenzó dijo: “Señor, necesito tu ayuda en esta nueva empresa”. Sin embargo, los profetas del desaliento aparecieron pronto. Un pastor de la ciudad le dio la bienvenida con la siguiente nota: “Le
doy seis meses y usted se habrá ido como los demás”.

A pesar de la oposición, habló con el pastor de una iglesia hispana y obtuvo el permiso para hacer la escuela bíblica los sábados por la tarde. Hizo mapas de la zona, cuadra por cuadra. Designó las rutas
y los horarios en que pasaría el autobús. Reclutó voluntarios. En las sesiones de adiestramiento asignó capitanes de autobús y sus ayudantes para cada ruta. Imprimió anuncios para la primera
reunión y mandó a adolescentes para que conocieran a los padres de los niños con el fin de matricularlos en la escuela bíblica.

El primer sábado contó 1.010 niños. El problema que se suscitó fue que el templo tenía capacidad para 300 personas, por lo que desde el inicio tuvo que hacer varios cultos. Unas pocas semanas después, el pastor de la iglesia lo llamó a su oficina para decirle que los niños estaban ensuciando demasiado la alfombra. Cortésmente lo ‘estaban echando afuera’. Su reflexión fue: “¿Cómo es posible que me echen de los barrios bajos? ¿A dónde iremos? Ya estamos en el fin del mundo”.

Continuar con el ministerio a los niños se tornó en una tarea casi imposible. Hubo muchos sobresaltos, especialmente económicos. Nadie les brindó un lugar para que los niños recibieran instrucción semanal. Durante un año no pudo realizar las reuniones hasta que de manera milagrosa compró un viejo almacén abandonado que, con el tiempo, devino en el sitio de reunión y transformación para miles.

¡Quién lo hubiera pensado! El exitoso ministerio del pastor Bill Wilson comenzó cuando un hombre movido por la compasión invirtió 17 dólares para enviarlo a un campamento de verano. La inversión
dio su fruto. El pastor Bill y su equipo visitan 20.000 niños por semana. “No lo hacemos ‘según el Señor nos guíe’ ni ‘cuando el Espíritu nos impulsa’. Debe ser cada semana, llueva o truene, haga sol o no, haya nevado o nos sintamos enfermos. No nos quedamos en casa porque estamos enfermos;
nos arrastramos al trabajo enfermos. Así es como se desarrolla el ministerio”.
¿Por qué no lo piensas? Quizás, si lo decides, tu inversión de tiempo, esfuerzo, dinero y aun de tu propia vida podría abrirle la puerta a un niño ‘aparentemente sin futuro’ para que impacte a las
próximas generaciones. ¡Tú serías protagonista en la extensión del reino y de las ganancias celestiales!

EN VIVO