Lo importante es Dios, lo urgente es que te encuentres con Él

Existe una gran diferencia entre una visitación esporádica de Dios y la habitación permanente de Su presencia. Es relativamente fácil saber acerca de Dios y, al mismo tiempo, no conocerlo. La diferencia entre conocer de Dios y conocer a Dios es tan grande como lo es el día de la noche.
¿Será posible una comunión diaria e íntima con el Señor? ¿Será factible alcanzar tal grado de proximidad al punto de decir: “hay demasiado de Dios en este lugar”? ¿Será que podemos dejar las emociones baratas de una noche y experimentar un avivamiento constante? ¿Será posible vivir debajo de Su gloria y lejos de los ‘toquecitos’ esporádicos? La respuesta es un rotundo sí. ¡Claro que es posible! Y la ruta de acceso es el quebrantamiento: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra”, 2º Crónicas 7:14.

Los grandes avivamientos estuvieron precedidos de grandes arrepentimientos. Frank Bartleman, el pionero pentecostal que participó de las reuniones de la calle Azusa a principios del siglo pasado, dijo: “La profundidad de tu arrepentimiento determina la altura de tu avivamiento”. El arrepentimiento atrae a Dios; el orgullo, la soberbia y el engreimiento lo alejan.

Casi un año atrás comencé con un profundo dolor articular en la zona del sacro que fue incrementándose a medida que transcurría el tiempo (escribe José Luis). Al comienzo le resté importancia. Viajaba y ministraba como si estuviera totalmente sano. Te imaginarás, mi salud se deterioró al punto que fue imposible vivir sin dolor. Obligado a estar quieto comencé un proceso de buscar Dios como nunca antes. Ingresé en una etapa de muchísimo quebrantamiento y todavía sigo ahí. Por encima de la protección, provisión y promoción que Dios pueda darme estoy buscándolo a Él mismo. Busco su comunión antes que su bendición. No me conformo con un conocimiento intelectual de Dios. Me resisto a la idea de vivir fuera de Su presencia. Tenerlo a Él es tener el tesoro más grande del mundo. Tenerlo a Él es más que la suma de todos sus privilegios. ¡Mi deseo de conquistar el corazón de Dios se ha vuelto casi una obsesión!

El valor de un elogio

Lo más hermoso que recibió el siervo que multiplicó diez veces el dinero fue la aprobación de su señor: “Muy bien hecho, buen siervo”, Lucas 19:17 (PDT). Las diez ciudades que recibió a cambio de su buena administración no era ‘nada’ en comparación con el elogio. Los buscadores de Dios no se contentan con recibir ‘ciudades’, lo quieren a Él; no se conforman con tomar la tierra prometida con un ángel, prefieren quedarse en el desierto en compañía de Dios. Para todo buscador de Su presencia su alegría vale más que su regalo. ¡Aspira a conocer a Dios! ¡Aspira a tener más de Él! No son sus bendiciones las que buscamos sino su rostro; no es su mano sino su corazón. No basta con recibir dones, queremos disfrutar de su bendita y anhelada presencia y caminar en su divina unción.

Mariano Sennewald dijo: “Hay quienes buscan sus beneficios pero no están dispuestos a hacer compromisos. Les encanta cuando se predica de bendiciones y prosperidad pero se van cuando se habla acerca de santidad y arrepentimiento. Jesús dijo de ellos: “Ustedes quieren estar conmigo porque les di de comer…”, Juan 6:26 (NTV). Otros, se enamoran del ‘glamour’ del ministerio y olvidan la esencia del reino: “Amar al Rey, antes que los beneficios del palacio”. Comienzan bien pero el orgullo los aleja de los deseos del Padre. Pierden el primer amor. Se enamoran de las multitudes y se olvidan del que los llamó. Esperan el aplauso de la gente y ya no valoran la aprobación del cielo. Intentando agradar a las personas entristecen el corazón de Dios”.

El deseo de conocer genuinamente a Dios y el hambre por Su presencia han sido siempre los precursores de grandes avivamientos. Sus protagonistas siempre estuvieron en la elevada senda de la vida espiritual, atraídos por las cosas celestiales. Desarrollaron sus facultades teniendo comunión diaria con Dios. Se diferenciaron de los demás en el deseo ferviente y constante de encontrarse con Dios; es más, hicieron todo lo que estuvo a su alcance para lograrlo. Al igual que David, los buscadores de Dios decían: “Sólo una cosa le pido al Señor: Habitar en la casa del Señor por el resto de mi vida. Así podré disfrutar el placer de estar junto al Señor y visitarlo en su templo”, Salmo 27:4 (PDT).

David ha sido un ejemplo en este aspecto. Lo primero que hizo después de ser coronado rey fue restablecer la presencia de Dios en toda la nación: “Es hora de traer de regreso el arca de nuestro Dios, porque la descuidamos durante el reinado de Saúl”, 1º Crónicas 13:3 (NTV). David no se olvidó de Dios cuando estuvo en la cima de su ministerio.

Saúl, en cambio, jamás demostró interés en el arca de la presencia. Es posible liderar sin su presencia; es posible ‘servir’ sin su unción. ¡Qué tragedia! Saúl no se interesaba en Dios sino en complacer al ser humano. Su apariencia era su preocupación; cuando eso sucede el ministerio tiene los días contados.

David era diferente. Su preocupación estaba en Dios. Anhelaba fervientemente la restauración de Su presencia en  medio de su pueblo. David era consciente de la diferencia entre gobernar con el arca de la presencia y hacerlo sin ella. Estaba dispuesto a pagar el precio que fuera necesario. ¿Estás dispuesto a hacer los ajustes necesarios para atraer Su gloria? ¿Pagarías el precio que sea para restablecer Su gobierno? ¿Anhelas de todo corazón que tu vida sea el lugar de Su presencia?

Los ministerios tipo ‘reinado de Saúl’ deben acabar. Basta ya de jugar. Iglesias sin arca. Ministerios sin presencia. Servicios sin poder. ¡Tragedia! Lo sagrado se ha vuelto común. El temor se ha vuelto irreverencia. Se ha perdido el respeto por Dios. La temperatura espiritual está en su grado más bajo. La exaltación del ‘yo’ es tan común hoy día en los púlpitos que ya no llama la atención de nadie. Es hora de terminar con esta pantomima. La gloria de Dios debe ser restaurada en nuestras iglesias.

Los “David” de Dios gimen por Él, se apasionan por Su presencia, oran e imploran, no descansan con el fin de encontrarlo y, cuando lo encuentran, no lo dejan. Como lo hizo Moisés que, conociendo a Dios, quería más de Él: “Ahora, pues, si he hallado gracia en tus ojos, te ruego que me muestres ahora tu camino, para que te conozca, y halle gracia en tus ojos…”, Éxodo 33:13, así debemos ser nosotros. Y, como el deseo de Moisés era insaciable por conocer a Dios, apenas le hubo contestado pidió algo más: “Te ruego que me muestres tu gloria”, Éxodo 33:18.

Es muy preocupante la anorexia espiritual de esta generación; ya no hay hambre por Su presencia. No encontramos a Dios porque no lo buscamos. Nos hemos vuelto complacientes y débiles en las disciplinas espirituales. Languidecemos por falta de Su presencia. Estamos sumidos en la tibieza, el desgano y el desinterés. Cultos huecos, programas aparatosos y templos ´vacíos´ de Dios, pero eso sí, llenos de entretenimiento.

Hemos sido creados para glorificar a Dios viviendo en Su presencia permanente y no descansaremos hasta ocupar el lugar que nos pertenece. ¿Por qué vivimos huyendo de Dios cuando tenemos la oportunidad de estar con Él? ¿Por qué nos quedamos de este lado del velo cuando podríamos estar en el lugar santísimo de Su presencia? Dios quiere que nos abramos paso hacia Él y permanezcamos por siempre allí. Dios está llamando nuestra atención de muchas maneras, revelándose de muchas formas. Él nos espera, Él quiere comunión con nosotros. Su deseo es que le conozcamos. Y solo al cabo de un prolongado trato y compañerismo lograremos un pleno conocimiento, vivencial, enriquecedor y transformador de realidades.

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