Si no amas no sirvas

“Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Él le dijo: Apacienta mis corderos. Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas. Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas”, Juan 21:15-17.

La expresión: “¿me amas?” está en tiempo presente y describe una acción continua. Jesús le preguntó a Pedro: “¿me estás amando?”, mientras que a la iglesia de Éfeso Jesús le dijo: “ya no me amas tanto”, Apocalipsis 2:4 (TLA).

Donde no hay amor no hay intimidad: “Los que aceptan mis mandamientos y los obedecen son los que me aman. Y, porque me aman a mí, mi Padre los amará a ellos. Y yo los amaré y me daré a conocer a cada uno de ellos”, Juan 14:21 (NTV); y donde no hay intimidad no hay conocimiento: “El que no ama no conoce a Dios…”, 1ª Juan 4:8 (NTV). El fundamento de todo es el amor a Dios. Por eso Jesús dijo: “El mandamiento más importante es… Amarás al SEÑOR tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”, Marcos 12:29 (NTV).

El servicio a Dios tiene que ir acompañado de una genuina motivación, de lo contrario; no permanecerá en el tiempo. La motivación es aquello que nos lleva a servir y lo que alimenta constantemente nuestro deseo de seguir haciéndolo. Veamos de cerca el caso de Pedro: “Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido zarandearlos a ustedes como si fueran trigo. Pero yo he orado por ti, para que no falle tu fe… —Señor —respondió Pedro—, estoy dispuesto a ir contigo tanto a la cárcel como a la muerte. —Pedro, te digo que hoy mismo, antes de que cante el gallo, tres veces negarás que me conoces… Pedro lo negó”, Lucas 22:31-34; 57 (NVI). Es evidente que Pedro quería servir a Jesús; pero, ¿cuál era su motivación que no pudo mantener su decisión unas pocas horas?

Pedro quería servir al Señor inspirado por los bellos momentos pasados con Jesús. Pedro servía al Señor motivado por sus emociones. ¿Cómo lo sabemos? Ima-ginemos por un momento. Habían celebrado la pascua recordando la liberación de Egipto. Después de bendecir los alimentos Jesús dijo cosas que Pedro no comprendió muy bien pero, ¡qué grato era escuchar al Maestro! Incluso Jesús les había lavado los pies a cada uno de ellos dándoles una enseñanza acerca del servicio. Como si fuera poco, Mateo nos cuenta que cantaron juntos un salmo. Pedro estaba ‘embalado’. ¡Qué sublimes sucesos! ¡Qué emoción! Y fue en ese contexto de euforia emocional que Pedro tomó la decisión de que jamás abandonaría al Señor.

¿Quién alguna vez no se sintió así de motivado y tomó una decisión de este tipo? Un mensaje desafiante, un campamento de ‘alto voltaje emocional’ o un congreso que nos hizo proclamar: “Señor haz de mí lo que quieras”, “heme aquí, envíame a mí”, y tantas otras cosas por el estilo. ¿Y cuánto duró esa decisión? ¡Lo que dura un suspiro! Por eso es peligroso ser guiado por las emociones. No podemos condenarnos por decisiones emotivas, pero no son suficientes para servir con toda nuestra vida al Señor.

Pedro también servía a Dios en sus propias fuerzas. Él estaba seguro de sí mismo, de otra manera no podría haber dicho: “Aunque todos te abandonen yo jamás te abandonaré”, Mateo 26:33 (NTV). El mismo que prometió no abandonar a Jesús no pudo permanecer despierto en el huerto por más de una hora, Mateo 26:40. ¡Pobre Pedro! Tuvo que pasar por la experiencia de la negación para darse cuenta de que sus fuerzas y sus ganas de sobresalir no eran sufi-cientes motivos para servir al Señor.

Juan 21:2-3 nos cuenta que Pedro volvió a su antiguo oficio. Y hasta allí fue Jesús para darle una nueva oportunidad y una genuina motivación para servirlo. La verdadera motivación para el servicio es el amor. Sí, el amor al Señor. Jesús le preguntó a Pedro tres veces si lo amaba, una por cada negación. Y cuando el Señor estuvo seguro de que Pedro entendía por fin que era el amor lo único que debía movilizarlo al servicio, entonces, recién entonces, le dijo: “sírveme”. En otras palabras, “si me amas, sírveme” o lo que sería lo mismo: “si no me amas, no me sirvas”.

Servimos a quién amamos. Cuando dejamos de amar el servicio corre peligro. ¿Por qué nunca dejamos de servir a nuestros hijos? Porque los amamos. Es cierto que es posible servir a quien no se ama, pero ese servicio está condicionado. Tú puedes trabajar para un jefe a quien sirves solamente por interés económico. Sin embargo, tu servicio se terminará en cuanto consigas un trabajo con una mejor remuneración.

Tarde o temprano uno deja de servir a quién no ama. Seguramente has conocido a personas que en un determinado momento de sus vidas sirvieron a Dios con mucho entusiasmo pero ahora ni siquiera concurren a la iglesia. Eso prueba lo poco que amaban a Dios. Nos amamos mucho más a nosotros mismos que lo que amamos a Dios. Piénsalo de esta manera. Las cosas que se hacen en las iglesias generalmente son para comodidad de la gente, no para darle placer a Dios. Compramos el mejor sonido, acolchamos los asientos y acondicionamos el auditorio para que estemos cada vez más cómodos. Pero de todo eso lo único que se lleva Dios es la adoración. Hay algo toda-vía más importante. Las personas pueden sentirse seducidas por majestuosos templos, amplias comodidades e ‘irresistibles’ programas, pero sólo PERMANECERÁN SI HAY PRESENCIA DE DIOS. Y eso parece estar faltando porque los hambrientos están buscando a Dios en cualquier lugar menos en la iglesia.

Durante muchos años creímos que el crecimiento de la iglesia tenía que ver con edificios que dejaran boquiabierta a la gente o con programas atractivos que arrancaran a las personas de sus pecados para acercarlas a Dios. Hoy tenemos la certeza que sin Dios eso no sucederá. Lo que necesitamos es SU PRESENCIA; no edificios más bonitos o programas más irresistibles. Lo necesitamos a Él. El palacio sin el rey, el consultorio sin el médico y el templo sin Dios no sirven. Sin embargo eso es lo que encontramos en miles de iglesias: nada. ¡Sin Dios no hay nada! Sin Dios sólo hay recuerdos de viejas glorias y de avivamientos pasados. ¡Qué patético!

Ya no amamos a Dios como antes: “Ya no me amas tanto como me amabas” (Apocalipsis 2:4, TLA) es la queja del Señor también en este tiempo. ¿Por qué no amamos a Dios? Porque no pasamos tiempo con Él. Ya no estamos hambrientos de su presencia. Satisfacemos nuestras vidas y llenamos nuestros vacíos con cualquier cosa de este mundo. Algunos incluso no pasan tiempo con Él porque estamos haciendo cosas para Él. La actividad se ha convertido en un obstáculo en nuestra comunión con Dios. Los programas eclesiásticos están sustituyendo los encuentros íntimos con el Señor. Le damos mayor importancia al servicio y al culto que a la intimidad. Nos conformamos con las señales y no anhelamos SU PRESENCIA. Y eso no puede ser. David podía vivir sin la bendición de Dios, pero no podía vivir sin SU PRESENCIA: “Señor, busco conversar contigo y aquí estoy para adorarte con todo mi corazón. No te alejes de mí, no ignores a tu servidor. Dios mío… ¡No me dejes solo, no me abandones!”, Salmo 27:8-9 (PDT).

No dejes que el servicio sustituya tu comunión con Dios. No te dejes seducir por el aplauso de las multitudes procurando una popularidad a cualquier precio. No seas un adicto a la aprobación de la gente. Busca la ‘fama’ pero sólo en el cielo; busca la aprobación pero sólo la que viene de Dios.

Los discípulos que iban a Emaús representan un ejemplo. Aunque no reconocieron que quien caminaba con ellos era el mismo Jesús, con todo, le rogaron insis-tentemente: “Quédate con nosotros” y la Biblia dice que Jesús “se quedó con ellos”, Lucas 24:29 (Biblia de Jerusalén). Tiene que llegar el momento en que desesperemos por su PRESENCIA. Basta ya de encuentros esporádicos, queremos su habitación permanente y ese día está cada vez más cerca: “Como dijo Dios: Viviré en ellos y caminaré entre ellos. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo”, 2ª Corintios 6:16 (NTV).

No amamos a Dios y tampoco amamos a la gente. ¿Has pensado alguna vez por qué el paralítico de Lucas 5 no pudo llegar a Jesús? Aun hoy en día se considera inhumano no tenderle la mano a quien padece una discapacidad. Generalmente se ayuda al ciego a cruzar la calle y se concede permiso a quien teniendo muletas quiere subir al ómnibus. ¿No había nadie allí que dijera: “Muchachos, dejemos pasar al hombre para que pueda ver a Jesús”? Lo más probable es que la gente no fuera desconsiderada, simplemente no lo vieron. Estaban tan abstraídos con lo que estaba sucediendo dentro de la casa que no vieron a quien tenía necesidad. Corremos el mismo peligro. Estamos tan ‘entretenidos’ con la programación que se presenta dentro de los templos que nos olvidamos de la gente con necesidad, incluso de aquellos que Dios ha puesto bajo nuestro cuidado. Sería bueno recordar los siguientes pasajes: “Cuiden ustedes de las personas que Dios dejó a su cargo, pues ellas pertenecen a Dios. Cuídenlas, como cuida el pastor a sus ovejas. Háganlo con mucho gusto, como Dios quiere, y no por obligación. No lo hagan para ganar dinero, sino con un gran deseo de servir”, 1ª Pedro 5:2 (BLS). “Ustedes deben cuidarse a sí mismos, y cuidar a los miembros de la iglesia de Dios. Recuerden que el Espíritu Santo los puso como líderes de la iglesia, para que cuiden a todos los que Dios salvó por medio de la sangre de su propio Hijo”, Hechos 20:28 (TLA).

“Cuiden ustedes de las personas que Dios dejó a su cargo, pues ellas pertenecen a Dios”, 1ª Pedro 5:2a (BLS). Hay líderes que dicen: “esas son mis ovejas”. San Agustín dijo: “¡Qué dices! ¿Mis ovejas? Si decimos mis ovejas Cristo perdió las suyas y terminamos hurtando lo que le pertenece a Dios”. No le robes las ovejas al Señor, no son tuyas, tampoco mías, SON DE DIOS. ¡Ámalas, cuídalas y sírvelas motivado únicamente por el amor genuino a tu Salvador y Señor!

EN VIVO