La presencia de Dios, ¿la esperamos o la buscamos?

Era evidente que Dios ayudaba a los levitas mientras llevaban el arca…”, 1º Crónicas 15:26 (NTV).

La presencia de Dios, ¿se la busca o se la espera? Busquen al SEÑOR… búsquenlo continuamente”, 1º Crónicas 16:11 (NTV). Busquen a Dios…”, Salmo 69:32 (RVC). Busquen al SEÑOR…; busquen Su rostro continuamente”, Salmo 105:4 (NBLH). “Dios quería que la humanidad lo buscara…”, Hechos 17:27 (PDT).

La intimidad con Dios no es una bendición barata. David tuvo que hacer grandes ajustes para traer el arca de la presencia. Desarrollar amistad con Dios requiere esfuerzo. Cultivar una relación de amor con Dios y tener algo más que una simple bendición es un trabajo oneroso.

Este principio de buscar a Dios también se aplica al progreso del ministerio. En el desierto Dios guiaba a Israel mediante una nube. La nube se movía, el pueblo se movía; la nube se detenía, el pueblo se detenía. Pero en la época de Josué se produjo un cambio: ya no habría nube que seguir. El Señor le dijo a Josué: “Yo, tu Señor y Dios, estaré contigo dondequiera que vayas”, Josué 1:9 (DHH). Dios mismo estableció un nuevo orden de cosas, un nuevo principio espiritual que continúa hasta el presente: la ley del movimiento. Dios prometió acompañar a Josué donde quiera que él fuera. Si Josué se movía, Dios se movía con él. Si Josué se detenía, Dios se detenía también. Desde la época de Moisés ya no hay nube que seguir. Hay quienes dicen: “estoy esperando que Dios haga algo” y Dios dice: “estoy esperando que tú hagas algo”. Tenemos demasiados cristianos esperando que Dios se mueva; esperando pasivamente que Dios haga lo que ellos tienen que hacer.

La semana pasada me encontré con un pastor de una pujante iglesia en el noroeste de nuestro país (escribe José Luis). Entre otras cosas me contó que solía tener increíbles visiones y Dios lo usaba mucho en sanidad. Sus palabras fueron: “Tenía encuentros con Dios al estilo Benny Hinn”. Todo eso se terminó cuando su esposa le fue infiel. Aunque sigue en el ministerio, su vida matrimonial se transformó en un caos. Su esposa volvió con él, pero hace ocho años que no comparten el lecho matrimonial porque ella no quiere. Nunca más el pastor ha tenido el grado de comunión con Dios que disfrutaba en aquellos tiempos. Su mayor preocupación es ser fiel y no fallarle a Dios, pero se siente bajo el peso de la tentación sexual de manera permanente. Este hombre vive su propio calvario. Ama a su esposa, pero ella no lo ama. Esta dificultad personal ha sido usada por el diablo para alejarlo de Dios. Resignadamente el pastor espera que el Señor haga lo que le corresponde hacer a él: “Yo sé que mi Dios puede hacer un milagro… estoy esperando en Él”. Así viven muchas personas. Arrastran los problemas indefinidamente y esperan que Dios se encargue de solucionarlos ‘milagrosamente’, sin renuncias ni esfuerzos personales. Bajo la ley del movimiento esto es imposible. Sólo conquistarás lo que te atrevas a tomar, sólo avanzarás lo que te animes a caminar y sólo resolverás los problemas que te desafíes a enfrentar. 

“Estaré contigo dondequiera que vayas”, Josué 1:9 (DHH). Dios va a donde tú vas. El propósito de Dios era que su pueblo entrara en la tierra prometida, pero ellos no quisieron y mantuvieron a Dios cuarenta años en el desierto. Si tu fe alcanza para estar en el ‘desierto’, entonces Él estará contigo en el ‘desierto’. Ahora bien, si tomas posesión de las promesas de Dios para tu vida, familia, ministerio y trabajo Dios también estará contigo. Tú eliges a donde ‘llevas’ a Dios. Hay personas que dicen: “Voy donde tú me lleves”. Esas personas están siempre paradas haciendo nada. Nunca avanzan. Es al revés. Donde tú vayas Él irá contigo. Cuando emprendas el camino de la conquista Dios te acompañará.

Observa el siguiente pasaje: “Después de que mataron a Esteban, los creyentes se dispersaron… Cuando llegaron a Antioquía empezaron a anunciar también las buenas noticias del Señor Jesús a los que no eran judíos. El Señor los ayudaba, muchos creyeron y siguieron al Señor”, Hechos 11:19-21 (PDT). A raíz de la persecución muchos cristianos huyeron llevando el evangelio. Obedecían una orden dada por Jesús varios años atrás, Mateo 28:18-20. ¿Quién envió a Felipe a Samaria? Nadie. Fue solo. Sin embargo, un gran avivamiento acompañó al hombre que obedeció el mandato de predicar hasta lo último de la tierra. Hay personas esperando un llamado especial de Dios para hacer lo que ya Él nos mandó hacer. En vez de obedecer esperan confirmación. El orden bíblico es: a la instrucción le sigue un hombre obediente, y a éste le sigue la gloria de Dios. La unción sigue a la obediencia. Cash Luna lo dijo de esta manera: “Demasiada gente queriendo ser ungida y poca gente queriendo obedecer”.

Dios puede trabajar a favor de nosotros, pero Él prefiere trabajar con nosotros como hizo con los discípulos: “Los discípulos salieron y predicaron por todas partes, y el Señor los ayudaba en la obra y confirmaba su palabra con las señales que la acompañaban”, Marcos 16:20 (NVI). No se trata de esperar que el ministerio crezca sobrenaturalmente si tú no haces un esfuerzo por hacer famoso el nombre de Jesús. No se trata de adoptar una actitud pasiva y esperar que la unción llegue, se trata de trabajar para que eso suceda. Dios puede hacerlo por nosotros, pero Él ha decidido hacerlo con nosotros. 

Tú te mueves, Dios se mueve. Tú llevas a Dios al trabajo y Él envía salvación. Tú pisas el terreno y Él te lo da. Tú predicas y Dios habla. Tú tocas a los enfermos y Dios los sana. Tú decides honrar a Dios y tu familia es bendecida. ¿Por qué Dios tiene que hacerlo todo? Nuestro gran problema es que tenemos a Dios como sirviente. Oramos sólo para pedir. Hacemos oraciones para que Dios haga lo que nosotros tenemos que hacer. La Biblia dice: “En Dios haremos proezas”, Salmo 60:12. Sal por tu bendición, si no la buscas, no la tendrás.  

La ley de la planta de los pies

“Todo lugar que pises con la planta de tus pies será tuyo”, Deuteronomio 11:24 (NTV). “Te prometo a ti lo mismo que le prometí a Moisés: dondequiera que pongan los pies los israelitas, estarán pisando la tierra que les he dado”, Josué 1:3 (NTV).

El pueblo se encontraba frente a un nuevo desafío: tomar la tierra prometida. Parecía lindo hasta que se encontraron con el primer escollo: cruzar el río. La Biblia dice: “reposaron”, Josué 3:1; en otras palabras, ‘arrugaron’, tuvieron temor. Tomaron vacaciones antes de iniciar la tarea. Hay un Jordán que nos separa del cumplimiento de nuestros sueños. Por eso esta ley dice: las aguas de tu Jordán no se abrirán hasta que las plantas de tus pies reposen en ella.

El Jordán se dividió cuando los sacerdotes pisaron el agua. No esperes que desaparezcan los obstáculos para conquistar tus sueños. Las dificultades podrían ser la señal de que estás en el camino correcto. Por supuesto que habrá problemas. Sin embargo, recuerda esto: las aguas no obedecen a oraciones ni ayunos; las aguas obedecen a las plantas de los pies. Según Carlos Mraida esta ley tiene una cláusula: ¡abstenerse de esperar milagros con plantas de pies secas! 

No esperes que la situación económica, matrimonial o ministerial cambie si tú no haces algo. Habrá milagros pero sólo cuando te mojes los pies. Milagro es la sociedad de Dios y el hombre para que algo ocurra. Requiere la participación humana. No hubo aparición de panes y paces. Jesús no dijo: “panes y peces aparezcan”, aunque podía hacerlo. No hubo aparición de vino en las Bodas de Caná; sino que primero tuvieron que llenar las tinajas de agua. Cuando hagas tu parte, Dios hará la suya. Dios hará lo que tú no puedas, pero no hará lo que sí puedas hacer. 

En el reino de Dios es mejor la planta de los pies que la palma de la mano. Muchos oran con las palmas abiertas diciendo: “dame” y Dios les contesta: “ya te di”; oran diciendo: “bendíceme”, y Dios dice: “ya te bendije, ahora pasa, pisa y posee”. 

La palma de las manos es la señal del mendigo, las plantas de los pies la de los príncipes conquistadores. Por eso dice: “Hermosos son los pies (no las manos) del que anuncia las buenas nuevas de paz”. 

Se terminó el momento de reposar o esperar por temor, es tiempo de actuar; tiempo de levantarse y conquistar todas las victorias que Dios nos ha dado.

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