880. El corazón preparado para la bendición

Pr. José Luis Cinalli

EL CORAZÓN PREPARADO PARA LA BENDICIÓN

“¡Pónganse a labrar el barbecho! ¡Ya es tiempo de buscar al SEÑOR!, hasta que él venga y les envíe lluvias de justicia”, Oseas 10:12 (NVI).

“Pónganse a labrar el barbecho”, (preparación del corazón); “¡Ya es tiempo de buscar al Señor!”, (oración que prevalece); “Hasta que él venga y les envíe lluvias de justicia”, (avivamiento espiritual).

Aquí encontramos las dos condiciones necesarias para un avivamiento: preparación del corazón y oración que prevalece.

¡La preparación del corazón es la antesala para la bendición! “Esto dice el SEÑOR… “¡Pasen el arado por el terreno endurecido de sus corazones!… Cambien la actitud del corazón ante el SEÑOR, o mi enojo arderá como fuego insaciable debido a todos sus pecados’”, Jeremías 4:3-4 (NTV). “… Aren la dura tierra de sus corazones…”, Oseas 10:12 (NTV). La Nueva Versión Internacional dice: “¡Pónganse a labrar el barbecho!”.
El barbecho es un terreno que en el pasado produjo frutos pero que ahora se ha vuelto improductivo porque no se lo cultiva y se ha transformado en tierra estéril. Y esa es la forma en la que Dios describe los corazones de los creyentes cuando se hacen insensibles a los pecados que contristan al Espíritu Santo y no responden a su suave voz. Son aquellos que dejaron enfriar su relación con Dios y se muestran indiferentes a la necesidad de las personas que mueren sin Cristo. ¡Un corazón endurecido no está en condiciones de ser visitado por Dios y es el principal obstáculo para el avivamiento!

¿Cuál es la evidencia de que un corazón se ha vuelto un barbecho? ¡La falta de frutos! Un corazón endurecido es insensible y repleto de raíces amargas. ¿Y cuál es el resultado de que una persona se ha puesto a labrar el barbecho? ¡El quebrantamiento y la convicción de pecado! Este es el primer paso para el desbordamiento de Dios; es un trabajo silencioso que precede al irresistible fluir del Espíritu Santo. Recuerda que el pecado es un estorbo para nuestras oraciones:

Labrar el barbecho es nuestra responsabilidad: “¡Lávense, límpiense! ¡Aparten de mi vista sus obras malvadas! ¡Dejen de hacer el mal!… Vengan, pongamos las cosas en claro —dice el SEÑOR—… ¿Están ustedes dispuestos a obedecer? ¡Comerán lo mejor de la tierra! ¿Se niegan y se rebelan? ¡Serán devorados por la espada! El SEÑOR mismo lo ha dicho”, Isaías 1:16-20 (NVI). La primera gran evidencia de que Dios se está acercando es que las personas se humillan delante de Dios confesando y lamentándose por sus pecados. Ese fue el caso de Josías: “… Estabas apenado y te humillaste ante Dios… rasgaste tu ropa en señal de desesperación y lloraste delante de mí, arrepentido. Ciertamente te escuché, dice el SEÑOR”, 2ª Crónicas 34:26-27 (NTV). No hay un corazón más agradable ante Dios que aquel que se quebranta con su toque y que se desmorona bajo su poderosa y tierna mano.

Labrar el barbecho nos lleva a humillarnos y reconocer nuestros pecados delante de Dios en primera instancia, pero también nos lleva a la restitución de viejas diferencias. A menudo nuestro pecado involucró a otras personas. Puede tratarse de palabras hirientes o críticas que destrozan la reputación o el buen nombre; o quizás no queremos perdonar a quienes nos hicieron daño. Si el Espíritu Santo nos convence de tales pecados la sola confesión a Dios no es y no puede ser suficiente. La confesión total y, cuando sea necesario, la restitución deben ser hechas a la o las personas involucradas. Sin embargo, una confesión plena no significa necesariamente una narración detallada como sucede con el mal uso de la lengua que pueden herir profundamente a la persona a la cual se le hace la confesión o cuando un hombre confiesa ante su familia el adulterio contra su esposa. En estos casos los detalles de tales acciones podrían ocasionar muchísimo más daño aún.

La confesión de pecado es el primer resultado del arrepentimiento verdadero y, el segundo resultado, cuando se ha dañado a otra persona es hacer restitución. “… Si alguno de ustedes engaña a otro… me engaña a mí. Y si le roba algo… me roba a mí… La persona deberá devolver todo lo que haya robado… deberá devolverlo todo, y añadir un veinte por ciento más…”, Levítico 6:1-4 (TLA).

Restitución significa la restauración de aquello que hemos obtenido o retenido de manera incorrecta; significa deshacer, hasta donde sea posible, los resultados de cada maldad que ha afectado a otras personas. Los casos del mal uso de la lengua, por ejemplo, necesitan no sólo la confesión ante aquellos de quienes hemos hablado, sino también ante aquellos ante quienes hemos hablado y en cuyas mentes pudiéramos haber influenciado para mal. Debemos hacer todo lo que sea necesario para corregir completamente lo que se ha hecho mal y el efecto de lo realizado. No importa cuánto tiempo atrás se haya cometido un pecado, semanas, meses o incluso años. Si el Espíritu de Dios produce convencimiento, entonces Dios está exigiendo que haya una confesión y no podemos rechazarla sin pecar contra nuestra propia alma y multiplicar nuestra culpa. Tengamos cuidado de fingir cumplir las condiciones establecidas por Dios mientras en secreto retenemos parte del precio. ¡Ningún sacrificio hecho en aras de un avivamiento puede ser aceptado como sustituto de la obediencia de corazón!

Existe una evidencia notoria de que nuestros corazones se han endurecidos: la falta de aflicción por las almas sin salvación.

¡Los resultados extraordinarios solamente se logran mediante esfuerzos extraordinarios en el mundo espiritual!

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