879. El dragón inofensivo

Pr. José Luis Cinalli

EL DRAGÓN INOFENSIVO

“Bendeciré a mi pueblo y a sus hogares… les enviaré las lluvias que necesiten;habrá lluvias de bendición”, Ezequiel 34:26 (NTV).
Dios prometió visitarnos con bendiciones, pero los siguientes requisitos son necesarios para que eso ocurra:
1. Humillación y quebranto. “… Humíllense ante el gran poder de Dios y, a su debido tiempo, él los levantará con honor”, 1ª Pedro 5:6 (NTV). Santiago 4:10 (PDT).
La humillación es el único estado del corazón capaz de atraer un avivamiento.
¿Qué significa humillarse? Es hacerse humilde, dejando de lado todo orgullo, presunción e independencia.

El avivamiento es para la iglesia y es un llamado a despertar.
En primer lugar Dios llama al hombre:“¡Despierta…! ¡Levántate…!”, Isaías 52:1 (TLA).Romanos 13:11 (TLA).
En segundo lugar el hombre clama a Dios: “¡Despierta, oh SEÑOR, despierta! …¡Mueve tu poderoso brazo…! Levántate como en los días de antaño…”, Isaías 51:9 (NTV).

2. Hambre por Dios. “Dios mío, tú eres mi Dios, desesperado te busco. Mi alma tiene sed de ti, todo mi ser suspira por ti, como la tierra seca y árida desea el agua”, Salmo 63:1 (PDT).
“Pídanme lluvia en época de sequía y yo haré que llueva en abundancia”, Zacarías 10:1 (TLA).
Solo aquellos que han experimentado una época de absoluta sequía desesperan primero y aprecian después la llegada de las bendiciones del cielo.
Con mucha frecuencia el Señor utiliza una desgracia, una crisis o una mala temporada para producir hambre.
¡Es un hecho que cuando perdemos la seguridad en las cosas comenzamos a sentir la necesidad de Dios!

3. Fe genuina. La confianza en Dios es necesaria para que Él irrumpa poderosamente en nuestras vidas y nos bendiga.
En la década del 60, en Costa Rica, un hermano llamado Pablo comenzó con un programa radial titulado: “Un mensaje a la conciencia”. No era común tener un programa evangélico en la radio, además era muy caro. El hermano Pablo tenía su programa de media hora una vez a la semana. Un día el propietario de la emisora le comentó que tenía una propuesta de los espiritistas para ocupar esa media hora el resto de la semana. Por la confianza que le tenía, el dueño le ofreció media hora todos los días de la semana a él, en vez de los espiritistas. El hermano Pablo se encerró en un cuarto y le preguntó a Dios: “Señor, ¿qué hago? El dueño de la radio me dio un contrato para que lo firme ahora mismo. Pero, ¿cómo lo pagaré si el programa sale al aire todos los días de la semana?”. Entonces el Espíritu Santo le dijo: “no lo firmes”. “Ah…, y el evangelio queda en vergüenza teniendo la oportunidad de predicar toda la semana para el reino de Dios”. Y el Espíritu Santo le dijo: “fírmalo”. “Pero tú sabes cómo son los hermanos, en un momento de euforia espiritual se comprometen con ofrendas y luego no cumplen”. Y el Espíritu Santo le respondió: “no lo firmes”. “Fírmalo”, “no lo firmes”. ¿Qué le quería decir el Señor? Que estaba dispuesto a honrar su fe.

¡Dios no tiene por qué hacer algo por nosotros si no estamos dispuestos a pagar el precio de confiar en Él!

Confiados en Cristo
“Porque la tierra que van a tomar en posesión no es como la tierra que dejaron en Egipto. Allí ustedes plantaban su semilla y la regaban con su propio esfuerzo como en un huerto. La tierra a la que vas a cruzar para tomarla en posesión es una tierra de montañas y valles, regada por la lluvia del cielo. Es una tierra que el Señor tu Dios cuida permanentemente. El Señor tu Dios la vigila con sus propios ojos…”, Deuteronomio 11:10-12 (PDT).

Egipto representa al mundo y Canaán a lo celestial. En Egipto se observa el esfuerzo en la carne (un huerto plantado y cuidado por el hombre) mientras que en Canaán se percibe el sello de Dios.

La fertilidad de Egipto dependía del esfuerzo humano que traía agua del Nilo para regar los campos mediante un bombeo que se activaba por el movimiento de los pies. En cambio en Canaán los campos bebían de las aguas del cielo; era fructífera por medio de aquello que venía de arriba.

Esa tierra había sido diseñada para que dependiera de los cielos para la provisión de agua, y si los cielos se cerraban alguna vez se debía encontrar la razón espiritual y rectificar el asunto.
“Si obedeces cuidadosamente todos los mandatos que te entrego… él mandará las lluvias… para que puedas juntar las cosechas… Pero ten cuidado. No… te alejes del SEÑOR… Si haces eso… cerrará el cielo y detendrá la lluvia…”, Deuteronomio 11:13-17 (NTV).

La cosecha dependía de la lluvia que Dios derramaba desde el cielo (soberanía divina) y la lluvia dependía de la obediencia de su pueblo.

¡Este principio es el mismo para nosotros hoy en día!

 

Qué fácil resulta ceder a la tentación de ‘bajar a Egipto’ en busca de la ayuda del ‘dragón inofensivo’.

Debes saber una cosa, la ayuda que promete el faraón es costosa y, lo peor de todo, no puede dártela.
Si Dios ha de tocar el corazón de alguno de ellos es algo que no está en nuestras manos. No es poca cosa dejar de confiar en Dios para apoyarse en un falible, voluble y limitado ser humano.
No necesitamos hacer alianzas que deshonran a Dios para lograr la provisión sobrenatural.
La ayuda del faraón no se compara con la de nuestro Señor. Cuando Dios abre una puerta el hombre más poderoso de la tierra no podrá cerrarla y si Dios cierra una puerta la ayuda del gobierno más poderoso no servirá de nada.
¡Cuánto hemos entristecido el corazón de Dios! ¡Cuán lejos hemos llegado con nuestro pecado!
La Biblia dice: “… Cuando tengamos alguna necesidad, acerquémonos con confianza al trono de Dios. Él nos ayudará, porque es bueno y nos ama”, Hebreos 4:16 (TLA).

Una mujer le dijo al evangelista D. L. Moody: “He encontrado una promesa que me ayuda cuando tengo temor, es el Salmo 56:3
“… Cuando tenga miedo, en ti pondré mi confianza”, Salmo 56:3 (NTV).
El predicador contestó: “Yo tengo una promesa mejor que esa:
“… Confiaré en él y no tendré miedo”, Isaías 12:2 (PDT).
Ambas promesas son ciertas, pero Moody enfatizaba la necesidad de buscar su rostro para que cuando lleguen las dificultades no temamos. Lo importante es que nuestra fe y confianza esté solamente depositada en Jesús más allá de sus palabras o promesas. Dios dijo:
“… Los que confían en mí no será defraudados”, Isaías 49:23 (PDT).

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