876. Cara a cara con Dios

Pr. José Luis Cinalli

Mateo 27:35-54

Hubo un día que cambió la humanidad. Fueron seis horas de un solo día, seis horas de un viernes. Seis horas llena de misterio y sorpresa. Seis horas en una cruz. Las seis horas que podrían cambiar tu vida.

Seis horas; suficiente tiempo para que una mujer limpie su casa, un médico atienda a sus pacientes o un niño juegue su partido de fútbol escolar. Seis horas rutinarias para casi todo el mundo, excepto para uno.

Dios está siendo crucificado. Están ejecutando al creador del universo. Todo el mundo le da la espalda. Burlonamente la gente pregunta por qué no baja de esa cruz. Puede hacerlo, pero no quiere. ¿Qué lo hace permanecer allí? Tú y yo. Dios decidió quedarse en la cruz no por lo que hacemos sino por lo que somos:

1.Somos su creación.
¡Eres especial! Dios te diseñó, te creó y te eligió en la eternidad pero dispuso traerte a la tierra en este tiempo para que cumplas una misión especial. Abandona, por tanto, cualquier sentimiento de inferioridad. Acepta el hecho de que el creador del universo pensó en ti antes que todo fuera hecho. ¡El Dios único, creó algo único para un propósito único, en un tiempo único!

Todo lo que Dios creó es bueno, ¡tú también! Dios no se equivocó contigo. Aunque pueda haber conductas, actitudes, pensamientos o palabras que no están bien, Dios no está enojado contigo. Por supuesto, Dios siempre pone a nuestro alcance la restauración necesaria para aquellas áreas de nuestras vidas que están con ‘agujeritos’. ¡Dios no comete errores, y tú no eres un accidente!

2. Somos sus hijos. “… ¡Él es tu padre!…”, Deuteronomio 32:6 (RVC). “Dios… nos adoptó como hijos suyos… Por eso… el Espíritu nos permite llamarlo: “Papá, querido Papá’”, Gálatas 4:5-6

Fuiste deseado, amado y esperado. “… Antes de haber hecho el mundo, Dios nos amó y nos eligió…”, Efesios 1:4 (NTV). Los problemas de autoestima, inseguridad, temores, perfeccionismo o sentimientos de inferioridad pueden ser consecuencias de una relación poco saludable en la familia. La personalidad puede ser dañada por la falta de afirmación y valoración paterna. Las personas que han sufrido descalificaciones, insultos, desprecios, abandono, rechazo, abuso y violencia por parte de personas cercanas como podrían ser papá o mamá tienden a desarrollar un pobre concepto de sí mismas. Este tipo de carencias y experiencias traumáticas las empobrece. Hay personas que nunca fueron afirmadas por sus padres y ahora son adictas a la aprobación de la gente, dependientes de halagos, necesitadas de una dosis cada vez mayor de elogios. ¿Te sientes así? ¿Compites por la atención de tu pareja, de tus hijos o de las personas que tienes cerca? ¿Buscas la aprobación de la gente? ¿Tu estado de ánimo depende de los comentarios que otros hagan?

La buena noticia es: aunque las descuidadas palabras de tus padres podrían haberte dañado, tú tienes un Padre que te ama, aprecia y valora. Fuiste querido, deseado y bendecido por Dios aun antes de nacer. “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual…”, Efesios 1:3. Lo que faltó en tu padre terrenal ha sido suplido por tu Padre celestial. Ya no tienes un padre ausente o distante, sino amoroso y cercano. Si recibes esta revelación en tu espíritu puedes desarrollar tu pleno potencial. Dios ha pronunciado palabras de valoración, aprecio, afirmación y dirección para tu vida. El concepto que tengas de ti mismo depende ahora de lo que Dios dijo de ti, y Él dijo que: ¡eres hijo, eres amado y eres bendecido!

3. Somos su especial tesoro.

Llama la atención lo que sucedió después que Jesús murió. La comunión con Dios fue restablecida, pero también un sinnúmero de personas justas que habían muerto resucitaron. ¿Cuál era el propósito de semejante milagro? ¿Ocurría por el bien de los muertos o para la bendición de sus familiares? Estas personas habían sido creyentes, por lo tanto estaban en la presencia de Dios. El milagro de traerlos nuevamente a la vida no era ningún beneficio para ellos; en el cielo estaban mucho mejor. Sin duda que la bendición era para sus familiares.

La cruz devuelve la esperanza para aquellos que la han perdido.

Los sueños muertos vuelven a resucitar. Lo que está enterrado vuelve a la vida. Ese es el poder de la cruz. Lo que sucedió en la cruz demuestra lo importante que somos para Dios. Jesús murió para restablecer en primer lugar la relación de amistad dañada por el pecado, pero también murió para bendecirnos. Lo que está muerto puede volver a la vida. Una amistad que languidece puede revivir. Un matrimonio terminado puede comenzar otra vez. Un sueño postergado se puede concretar. ¿Qué es lo que está muerto en tu vida? ¿Es tu salud? ¿Son tus sueños? ¿Es el llamado? ¿Es un negocio? ¿Es tu vida espiritual? ¿Es el ministerio? ¿Es tu matrimonio? ¿Es la relación con tus hijos? Es posible recuperar la esperanza. Puedes volver a soñar. La cruz está vacía, por ende tu ilusión está intacta. Dios se deleita en nosotros y nos baña con sus bendiciones por el simple hecho de que le pertenecemos y somos sus hijos.

Las crisis son oportunidades de Dios y pueden ser una bendición. Si nos preguntaran cuál ha sido la lección más importante que hemos aprendido en todos estos meses de dolor y sufrimiento te diríamos que una sola: enamorarnos más de Dios. El dolor nos llevó a estar más cerca de Él. Entramos en un proceso de búsqueda, quebrantamiento y humillación como nunca tuvimos en la vida.
En el sufrimiento no hay despropósito. El Gran Alfarero sabe cómo trabajar en nosotros para hacer de nosotros algo muchísimo mejor de que somos. Él nos quiebra, nos pulveriza, nos rompe pero no nos desecha sino que nos rehace nuevamente. Recuérdalo: ¡una crisis es el inicio para una gran bendición!

Lo que muy pocas personas notaron ese viernes es que Dios había dejado el cielo para estar con ellos y también con nosotros. Sí, Dios ha venido; Dios está interesado en nosotros. Jesús en la cruz es la prueba viviente de que Dios sigue interesándose en nosotros. ¿Cómo responderemos? ¿Qué haremos para estar a la altura de su sacrificio? Nada menos que toda nuestra vida debe ser rendida a sus pies y para sus propósitos.

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