Dios creó todas las cosas para nuestro bienestar. Su intención era tener comunión permanente con nosotros y que las cosas estuvieran subordinadas a esa relación. Sin embargo, el pecado lo estropeó todo y las cosas terminaron tomando el lugar de Dios en el corazón del hombre.
Se dice que Abraham era riquísimo (Génesis 13:2) y nada de lo que tenía lo poseía a Él, excepto su hijo. Isaac era su debilidad. Lo había concebido en su vejez y sentía una predilección especial por el muchacho. Era su deleite y el objeto de su devoción. Había surgido una ligadura de amor muy peligrosa. Fue entonces cuando Dios intervino y dijo: “Toma a tu hijo, tu único hijo —sí, a Isaac, a quien tanto amas— y vete a la tierra de Moriah. Allí lo sacrificarás como ofrenda…”, Génesis 22:2 (NTV).
La intención de Dios nunca fue hacerle daño a Isaac; sólo quería destronar a su hijo del corazón de Abraham. Cuando el patriarca superó esta prueba fue considerado amigo de Dios, un hombre completamente sometido y rendido a Él. Y aunque seguía siendo riquísimo nada poseía su corazón. Podía decirse que tenía todo, pero nada era suyo. A. W. Tozer dijo: “Sin duda que el hábito de apegarse a las cosas materiales es uno de los más dañinos de la vida. Hábito que por ser tan natural, pasa tanta veces desapercibido. Pero sus resultados son desastrosos. Con harta frecuencia negamos dar nuestros bienes al Señor por temor a perderlos, especialmente cuando dichos tesoros son miembros de nuestra familia. Pero no tenemos razón para abrigar tales temores. Nuestro Señor no vino para destruir sino para salvar. Todo lo que encomendamos a su cuidado está seguro. La verdad es que no hay nada que esté realmente seguro si no se lo encomendamos a Él”.3
No sólo un afecto natural, como es un hijo, puede ocupar el lugar de Dios en el corazón de una persona, también las cosas materiales pueden y de hecho lo hacen. Pensemos en el joven rico: “Un hombre se acercó corriendo, se arrodilló ante él y le dijo: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para tener vida eterna?”. Jesús le contestó…: “No mates, no cometas adulterio, no robes, no digas mentiras, no engañes y respeta a tu papá y a tu mamá”. El hombre dijo: “Maestro, yo he cumplido esos mandamientos desde que era joven”. Jesús lo miró y con afecto le dijo: “Te hace falta una cosa: ve y vende todo lo que tienes. Dales ese dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme”. El hombre quedó muy desilusionado por las palabras de Jesús y se marchó muy triste porque tenía muchos bienes. Jesús miró a sus seguidores y les dijo: “¡Qué difícil es para los ricos entrar al reino de Dios!’”, Marcos 10:17-23 (PDT).
Mamón (el dios dinero) se aprovecha de nuestros temores y nos hace creer que tiene todo poder. Pero Dios es el dueño y Señor de nuestras vidas, el dinero sólo es nuestro siervo. ¡A Dios adoramos y con el dinero lo servimos!
Dios es el que te sostiene, el que suple tus necesidades y la fuente de tu provisión. Y Él usa diferentes medios para bendecirte. Dios suplió las necesidades de Elías por mucho tiempo en el desierto y por medio de cuervos: “Entonces el Señor le dijo a Elías… he mandado a los cuervos que te lleven comida”, 1º Reyes 17:2-4 (PDT). Después de un tiempo Dios decidió cambiar el lugar donde proveería para su necesidad y lo llevó a la ciudad para que fuera sustentado por una viuda pobre: “El Señor le dijo a Elías: Vete a Sarepta… En aquel lugar vive una viuda a quien yo le he ordenado que te dé comida”, 1º Reyes 17:8-9 (PDT). Dios seguía siendo la fuente de provisión para Elías, sólo que cambió el lugar y el canal.
Dios puede usar hasta el diablo para bendecirte. Una mujer muy pobre llamó por teléfono a un programa radial cristiano pidiendo ayuda, pues no tenía nada que comer. Un brujo que por casualidad escuchaba el programa consiguió su dirección, llamó a sus secretarios y les ordenó que compraran alimentos y los llevaran a la casa de la mujer con la siguiente instrucción: “Cuando ella pregunte quién mandó los alimentos ustedes dirán que fue el diablo”. Cuando llegaron a la casa la mujer los recibió con alegría y comenzó a guardar las provisiones que los secretarios del brujo le habían llevado. De pronto, al ver que nada preguntaba, ellos le dijeron: “Señora, ¿no quiere saber quién le envió estas cosas?”. La mujer, en la simpli-cidad de la fe, respondió: “No, hijitos… No es necesario. Cuando Dios manda, hasta el diablo obedece”.
Tus padres, tu cónyuge, tus hijos o tu empleador podrían ser los canales momentáneos que Dios utilice para traerte la bendición. La fuente sigue siendo Dios. Por eso tu confianza no tiene que estar puesta en el canal; es decir, tu sueldo, ahorros o la empresa en la que trabajas; menos aún en el sistema político que gobierna tu país. Nadie tiene el poder de suplir todas tus necesidades, excepto Dios. “Deberían depositar su confianza en Dios, quien nos da en abundancia todo lo que necesitamos para que lo disfrutemos”, 1a Timoteo 6:17 (NTV).
El temor a la falta de dinero, el amor al dinero y el servir al dinero son todas ataduras que deben ser reconocidas y destruidas con la sangre de Jesús. ¿Tienes miedo a perder lo que posees? ¿Sientes temor a no tener lo suficiente? ¿Te embarga la duda de que tus necesidades no serán suplidas?
Cuando confiamos en nuestras propias fuerzas y apelamos a nuestros propios recursos, el fracaso es el resultado inevitable. La tensión, la angustia, el miedo y el desánimo son las consecuencias de no incluir a Dios en nuestros asuntos. Mirar a Dios y confiar en Él es la decisión más acertada que podemos tomar. Por ser Dios lo único necesario, ninguna otra cosa es suficiente; por ser Dios lo único suficiente, ninguna otra cosa es necesaria.
Aprende a ver a Dios en toda circunstancia. Su provisión puede verse en medio de la abundancia o en medio de la adversidad. Si aprendes a depender del Señor en cualquier situación llegará el momento en que se liberarán las finanzas del cielo y algo que podría llevarte años Dios puede dártelo en fracción de segundos. Una llamada telefónica, una herencia, un dinero que no esperabas, algo fuera de lo común, sobrenatural. Una persona conectará contigo y tu profesión o negocio tomará un giro inesperado alcanzando alturas inimaginables. Dios ordenará a personas para que te abran puertas que de otra manera tú no podrías abrir. Muchas te mostrarán su favor aunque nunca lo hayas pedido; a otras les caerás bien y, de pronto, comenzarán a ayudarte en el cumplimiento de tu sueño. ¿Por qué no? ¡Así es nuestro Dios! ¡Cuando bendice, bendice a lo grande!
Mientras permanezcas conectado a Dios su provisión nunca faltará. Los mayores avances que tuvimos como iglesia y los más grandes progresos en nuestra familia fueron en tiempos de crisis. En medio de tu peor momento Dios puede liberar el mejor negocio, hacer que obtengas el mejor contrato o darte una idea creativa que genere recursos. Oraciones que has hecho por años están a punto de ser contestadas. ¡Dios no tiene límites para bendecir y tú no debes ponerle límites a Dios para ser bendecido!